En el siglo XX hay tres grupos literarios que son importantes no solo para la historia de la literatura peruana, sino también para establecer los hilos o vínculos dialógicos con el imaginario social (acá seguimos a Mijail Bajtin). Me refiero a los Poetas del Pueblo, el Grupo Intelectual Primero de Mayo y Liberación, poco conocidos por las nuevas generaciones de lectores y por los poetas jóvenes.

Primero de Mayo y Liberación surgen en 1956, a partir de la eclosión democrática y con el surgimiento de nuevos actores políticos luego del término del Ochenio de Odría. Existen vínculos entre los dos grupos, pues poetas de Liberación como Emilio Saldarriaga (el fundador), Eusebio Arias Vivanco, entre otros, colaboraron con el colectivo de Leoncio Bueno, Víctor Mazzi, Rosa del Carpio, etc. 

Los Poetas del Pueblo se van a nuclear alrededor de la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía, cuyo primer número apareció en 1940. En la presentación del primer número, Eduardo Jibaja escribe: “(…) estas páginas son la voz de una generación, voz sin arrugas ni canas. Estos poetas se han cortado las manos y las rodillas: así no suplican nada ni se humillan ante nadie. Fuertes en su juventud, puros en su interés, dignos en su verdad, rectos en su actitud, saben dónde está el hombre y dónde el poeta. (…) La mayoría poetas florales, tienen un timbre: la angustia, y una raíz: el pueblo…”. Guillermo Carnero Hoke, Julio Garrido Malaver, Eduardo Jibaja, Luis Carnero Checa, Mario Florián, Ricardo Tello, Marco Antonio Corcuera, Gustavo Valcárcel, Manuel Scorza, entre otros, integraron este grupo. Casi todos fueron militantes del PAP y sufrieron persecuciones y prisiones. 

Valcárcel ha señalado lo siguiente sobre la poética de este grupo de escritores apristas: “Nuestra poesía heterogénea solo tenía un denominador común: cantar a las más nobles causas populares y a sus paladines de antaño y hogaño: Miguel Grau, Túpac Amaru, José Olaya, Manuel Arévalo, etc.”1 .

Debido a su militancia aprista de toda la vida, Víctor López García se encuentra más cerca a los Poetas del Pueblo, y comparte con estos los sublimes ideales de la búsqueda de la justicia y una patria donde imperen el pan, la belleza y la libertad para las grandes mayorías. Con Presencias y ausencias, se establece un hilo dialógico entre los anhelos insurgentes y de redención social de toda una generación –la del autor– y el imaginario social, en el contexto sociohistórico del proceso social y político de fines de la década del 60. Ciertamente, se trata de una década de bastante efervescencia social y profundos cambios culturales. Los poetas de aquellos años lo reflejaron en sus poemas más emblemáticos (v. gr. “Crónica de Chapi”, de Antonio Cisneros, “Palabra de guerrillero”, de Javier Heraud).
 
Los poemas más notables y sentidos de Presencias y ausencias interpelan frontalmente a los que mantienen el statu quo, es decir, a las fuerzas retardatarias de nuestra patria. Son versos libertarios, en esto son tributarios del maestro de la anarquía y la modernidad, Manuel González Prada. En un orden impecable, logran la empatía y que el yo se funda en comunión con el nosotros, en la utopía de una patria justa y solidaria. Es imprescindible no referirnos al celebérrimo “Masa” de nuestro inmortal Vallejo. Estoy hablando de poemas como “Vegetar del ser” (1977):

Descubrirás que la incógnita del mundo
está en la tierra, en el pan,
en las manos del trabajador.
Descubrirás que el amor, la patria, la justicia
y todas esas cosas que soñamos
las haremos juntos 
con tu voz y con mis manos.

También me refiero a “Pena recóndita” (1975):

Tengo encendida 
una pena recóndita
profunda…
que sale de aquí dentro
de este volcán encendido
que es mi pecho…
erupcionará el volcán
se volcará la lava…
Y entonces…
Nadie detendrá tu fuego,
Nuestro fuego.

El poema dedicado a su madre (“Exaltación”) es totalmente estremecedor. “Hermano campesino” (1971) está en la línea de la denominada poesía social o comprometida, aunque bien podría tratarse de poesía de combate. Nos viene a la memoria “Los capitalistas” (1907), de González Prada: Son los feroces capitalistas / que un dóllar llevan por corazón. 

Los poemas breves, a manera de epigramas, merecen una mención aparte. En estos se funden el laconismo y la espléndida claridad (virtudes imponderables para la buena literatura). Eso se revela en “Confesión”: solo / el amor / nos hace / humanos; asimismo, en “Otra vez, tus ojos”: Otra vez, tus ojos / recorriendo el tiempo / deshojando la tristeza / metida hasta el hueso.

Celebramos jubilosos la aparición de Presencias y ausencias, toda vez que está lejos de la pretenciosidad y la frivolidad, elementos que predominan en la poesía peruana actual. Celebramos también que la poesía de Víctor López García se inserte en una tradición y sea tributaria de una poética hecha descarnadamente y con base en la acción y la lucha social. Los Poetas del Pueblo estarían dichosos de tenerlo como epígono o heredero. Además, tal como se señala en el Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente, de Breton, Trotsky y Diego Rivera: “En materia de creación artística, importa esencialmente que la imaginación escape a toda coacción, que no permita con ningún pretexto que se le impongan sendas…”. Toda libertad en el arte es la fórmula para Breton y compañía. Y sospecho que también para el autor de Presencias y ausencias.

Márlet Ríos
Escritor e investigador social de la UNMSM.
VALCÁRCEL, Gustavo. “Los poetas del pueblo”. En: La República, 23 de diciembre de 1987. 
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