Biografía:
La Unión, Nariño; 22 de febrero de 1906 - Bogotá; 24 de noviembre de 1974. Fue un poeta cumbre de la poesía colombiana; su obra, a pesar de estar conformada por un solo libro (Morada al sur, 1963), es considerada como una de las más importantes del siglo XX en la literatura colombiana; sin embargo, ésta empezó a ser estudiada y valorada muchos años después de su muerte. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Guillermo Valencia. Recibió el doctorado Honoris Causa en Filosofía y Letras por la Universidad de Nariño. 


Sus poemas:

 Canción de hojas y lejanías
 
 Eran las hojas, las murmurantes hojas,
 la frescura, el rebrillo innumerable,
 Eran las verdes hojas -la célula viva,
 el instante imperecedero del paisaje-    
 eran las verdes hojas que acercan en su murmullo,
 las lejanías sonoras como cordajes,
 las finas, las desnudas hojas oscilantes.
 
 Las hojas y el viento.
 Hojas con marino ritmo ondulaban,
 hojas con finas voces
 hablando a un mismo tiempo, y que no eran
 tantas sino una sola, palpitante
 en mil espejos de aire, inacabable
 hoja húmeda en luces,
 reina del horizonte, ágil
 avecilla saltante, picoteante por todos
 los aros del horizonte, los aros cintilantes.
 
 Las hojas, las bandadas de hojas,
 al borde del azul, a la orilla del vuelo.
 
 Eran las hojas y las murmurantes lejanías,
 las hojas y las lejanías llenas de hablas,
 las lejanías que el viento tañe como cuerdas:
 oh pentagrama, pentagrama de lejanías
 donde hojas son notas que el viento interpreta.
 
 En las hojas rumoraban bellos países y sus nubes.
 En las hojas murmuraban lejanías de países remotos,
 rumoraban como lluvias de verdeante alborozo,
 reían, reían lluvias de hablas clarísimas
 como aguas, hablas alegres de hadas, vocales de gozo.
 
 Y las lejanías tenían rumores de frondas sucesivas,
 las lejanías oían, oían lluvias que narran leyendas,
 oían lluvias antiguas. Y el viento
 traía las lejanías como trae una hoja.
  

  
 Canción de la noche callada
 
 En la noche balsámica, en la noche,
 cuando suben las hojas hasta ser las estrellas,
 oigo crecer las mujeres en la penumbra malva
 y caer de sus párpados la sombra gota a gota.
 
 Oigo engrosar sus brazos en las hondas penumbras
 y podría oír el quebrarse de una espiga en el campo.
 
 Una palabra canta en mi corazón, susurrante
 hoja verde sin fin cayendo. En la noche balsámica,
 cuando la sombra es el crecer desmesurado de los árboles,
 me besa un largo sueño de viajes prodigiosos
 y hay en mi corazón una gran luz de sol y maravilla.
 
 En medio de una noche con rumor de floresta
 como el ruido levísimo del caer de una estrella,
 yo desperté en un sueño de espigas de oro trémulo
 junto del cuerpo núbil de una mujer morena
 y dulce, como a la orilla de un valle dormido.
 
 Y en la noche de hojas y estrellas murmurantes
 yo amé un país y es de su limo oscuro
 parva porción el corazón acerbo;
 yo amé un país que me es una doncella,
 un rumor hondo, un fluir sin fin, un árbol suave.
 
 Yo amé un país y de él traje una estrella
 que me es herida en el costado, y traje
 un grito de mujer entre mi carne.
 
 En la noche balsámica, noche joven y suave,
 cuando las altas hojas ya son de luz, eternas...
 
 Mas si tu cuerpo es tierra donde la sombra crece,
 si ya en tus ojos caen sin fin estrellas grandes,
 ¿Qué encontraré en los valles que rizan alas breves?,
 ¿Qué lumbre buscaré sin días y sin noches?
  

  
 Canciones
 
 Cántame tus canciones,
 tus esbeltas, desnudas canciones,
 esas que se visten de menudas hojas verdes
 y hojas rojas,
 y hojas verdidoradas,
 con cortezas resinosas
 y pequeñas piedras pulidas por el agua.
 
 Cántame tus canciones:
 las de los delgados cielos azules,
 de las nubes azules,
 de las montañas azules.
 
 Y las otras:
 las de las aguas hechizadas
 que se precipitan gritando por las rocas,
 y aquellas en las que bandadas de alondras
 levantan la mañana.
 
 Y la canción de los hermosos caballos,
 en la que se enumeran los caballos por sus colores,
 y sus nombres
 y sus orígenes y linajes.
 
 Y la canción de los pájaros, las aves
 que se nombran según sus plumajes
 y sus vuelos y sus melodías.
 
 Y la canción de las lluvias,
 de las lluvias inmemoriales. Y de las otras,
 las frívolas y danzarinas.
 
 Y la honda canción de las noches
 que hablan doradas palabras
 que rebrillan por instantes,
 las pacientes noches de larga memoria.

  

 Clima
 
 Este verde poema, hoja por hoja,
 lo mece un viento fértil, suroeste;
 este poema es un país que sueña,
 nube de luz y brisa de hojas verdes.
 
 Tumbos del agua, piedras, nubes, hojas
 y un soplo ágil en todo, son el canto.
 Palmas había, palmas y las brisas
 y una luz como espadas por el ámbito.
 
 El viento fiel que mece mi poema,
 el viento fiel que la canción impele,
 hojas meció, nubes meció, contento
 de mecer nubes blancas y hojas verdes.
 
 Yo soy la voz que al viento dio canciones
 puras en el oeste de mis nubes;
 mi corazón en toda palma, roto
 dátil, unió los horizontes múltiples.
 
 Y en mi país apacentando nubes,
 puse en el sur mi corazón, y al norte,
 cual dos aves rapaces, persiguieron
 mis ojos, el rebaño de horizontes.
 
 La vida es bella, dura mano, dedos
 tímidos al formar el frágil vaso
 de tu canción, lo colmes de tu gozo
 o de escondidas mieles de tu llanto.
 
 Este verde poema, hoja por hoja
 lo mece un viento fértil, un esbelto
 viento que amó del sur hierbas y cielos,
 este poema es el país del viento.
 
 Bajo un cielo de espadas, tierra oscura,
 árboles verdes, verde algarabía
 de las hojas menudas y el moroso
 viento mueve las hojas y los días.
 
 Dance el viento y las verdes lontananzas
 me llamen con recónditos rumores:
 dócil mujer, de miel henchido el seno,
 amó bajo las palmas mis canciones.
  


 Morada del sur
 
 I

 En las noches mestizas que subían de la hierba,
 jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes,
 estremecían la tierra con su casco de bronce.
 Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro.
 
 Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo.
 La ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles.
 (Reyes habían ardido, reinas blancas, blandas,
 sepultadas dentro de árboles gemían aún en la espesura).
 
 Miraba el paisaje, sus ojos verdes, cándidos.
 Una vaca sola, llena de grandes manchas,
 revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga,
 es como el pájaro toche en la rama, "llamita",
                                     "manzana de miel"
 
 El agua límpida, de vastos cielos, doméstica se arrulla.
 Pero ya en la represa, salta la bella fuerza,
 con majestad de vacada que rebasa los pastales.
 Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura.
 
 El viento viene, viene vestido de follajes,
 y se detiene y duda ante las puertas grandes,
 abiertas a las salas, a los patios, las trojes.
 
 Y se duerme en el viejo portal donde el silencio
 es un maduro gajo de fragantes nostalgias.
 
 Al mediodía la luz fluye de esa naranja,
 en el centro del patio que barrieron los criados.
 (El más viejo de ellos en el suelo sentado,
 su sueño, mosca zumbante sobre su frente lenta).
 
 No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño
 se enredaba a la pulpa de mis encantamientos.
 Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo,
 al sur el curvo viento trae franjas de aroma.
 
 (Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos
 de la nodriza, el sueño me alarga los cabellos).
 
 II

 Y aquí principia, en este torso de árbol,
 en este umbral pulido por tantos pasos muertos,
 la casa grande entre sus frescos ramos.
 En sus rincones ángeles de sombra y de secreto.
 
 En esas cámaras yo vi la faz de la luz pura.
 Pero cuando las sombras las poblaban de musgos,
 allí, mimosa y cauta, ponía entre mis manos,
 sus lunas más hermosas la noche de las fábulas.
 
 Entre años, entre árboles, circuida
 por un vuelo de pájaros, guirnalda cuidadosa,
 casa grande, blanco muro, piedra y ricas maderas,
 a la orilla de este verde tumbo, de este oleaje poderoso.
 
 En el umbral de roble demoraba,
 hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,
 el alto grupo de hombres entre sombras oblicuas,
 demoraba entre el humo lento alumbrado de
                                      remembranzas:
 
 Oh voces manchadas del tenaz paisaje, llenas
 del ruido de tan hermosos caballos que galopan
                               bajo asombrosas ramas.
 Yo subí a las montañas, también hechas de sueños,
 yo ascendí, yo subí a las montañas donde un grito
 persiste entre las alas de palomas salvajes.
 
 Te hablo de días circuidos por los más finos árboles:
 te hablo de las vastas noches alumbradas
 por una estrella de menta que enciende toda sangre:
 
 te hablo de la sangre que canta como una gota solitaria
 que cae eternamente en la sombra, encendida:
 
 te hablo de un bosque extasiado que existe
 sólo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa
 violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas.
 
 Te hablo también: entre maderas, entre resinas,
 entre millares de hojas inquietas, de una sola hoja:
 pequeña mancha verde, de lozanía, de gracia,
 hoja sola en que vibran los vientos que corrieron
 por los bellos países donde el verde-es de todos los colores,
 los vientos que cantaron por los países de Colombia.
 
 Te hablo de noches dulces, junto a los manantiales, junto a cielos,
 que tiemblan temerosos entre alas azules:
 
 te hablo de una voz que me es brisa constante,
 en mi canción moviendo toda palabra mía,
 como ese aliento que toda hoja mueve en el sur, tan dulcemente,
 toda hoja, noche y día, suavemente en el sur.
 
 III

 En el umbral de roble demoraba,
 hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,
 un viento ya sin fuerza, un viento remansado
 que repetía una yerba antigua, hasta el cansancio.
 
 Y yo volvía, volvía por los largos recintos
 que tardara quince años en recorrer, volvía.
 
 Y hacia la mitad de mi canto me detuve temblando
 temblando temeroso, con un pie en una cámara
 hechizada, y el otro a la orilla del valle
 donde hierve la noche estrellada, la noche
 que arde vorazmente en una llama tácita.
 
 Y a la mitad del camino de mi canto temblando
 me detuve, y no tiembla entre sus alas rotas,
 con tanta angustia, una ave que agoniza, cual pudo,
 mi corazón luchando entre cielos atroces
 
 IV

 Duerme ahora en la cámara de la lanza rota en las batallas.
 Manos de cera vuelan sobre tu frente donde murmuran
 las abejas doradas de la fiebre, duerme.
 El río sube por los arbustos, por las lianas, se acerca,
 y su voz es tan vasta y su voz es tan llena.
 Y le dices, repites: ¿Eres mi padre? Llenas el mundo
 de tu aliento saludable, llenas la atmósfera.
 Soy el profundo río de los mantos suntuosos.
 
 Duerme quince años fulgentes, la noche ya ha cosido
 suavemente tus párpados, como dos hojas más, a su follaje negro.
 
 No eran jardines, no eran atmósferas delirantes. Tú te acuerdas
 de esa tierra protegida por una ala perpetua de palomas.
 Tantas, tantas mujeres bellas, fuertes, no, no eran
 brisas visibles, no eran aromas palpables, la luz que venía
 con tan cambiantes trajes, entre linos, entre rosas ardientes.
 ¿Era tu dulce tierra cantando, tu carne milagrosa, tu sangre?
 
 Todos los cedros callan, todos los robles callan.
 Y junto al árbol rojo donde el cielo se posa,
 hay un caballo negro con soles en las ancas,
 y en cuyo ojo líquido habita una centella.
 Hay un caballo, el mío, y oigo una voz que dice:
 "Es el potro más bello en tierras de tu padre".
 
 En el umbral gastado persiste un viento fiel,
 repitiendo una sílaba que brilla por instantes.
 Una hoja fina aún lleva su delgada frescura
 de un extremo a otro extremo del año.
 "Torna, torna a esta tierra donde es dulce la vida".
 
 V

 He escrito un viento, un soplo vivo
 del viento entre fragancias, entre hierbas
 mágicas; he narrado
 el viento; sólo un poco de viento.
 
 Noche, sombra hasta el fin, entre las secas
 ramas, entre follajes, nidos rotos -entre años-
 rebrillaban las lunas de cáscara de huevo,
 las grandes lunas llenas de silencio y de espanto.  
manergo

Por manergo

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