(Valladolid, España, 1999). Graduada en Español: Lengua y Literatura por la Universidad de Valladolid, actualmente estudia el Máster de Literatura Española e Hispanoamericana, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Salamanca. Su vocación por la escritura y las letras viene desde muy pronto, desde los 6 años. En 2017 abre su blog “Donde habite el olvido”, sus poemas tambien aparecen en la revista literaria Ergo #04.
Su instagram: https://www.instagram.com/juditvilache/
Sus poemas:
PartidaY cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.Antonio Machado
A veces creo saberlo,
creo saber cómo partirá mi nave.
Quizá haya de introducirme entre los campos ya crecidos de la primavera
y allí la brisa será suave.
Entonces, a lo lejos, se acercará
una niña muy blanca que vio nacer mi madre.
Acaso sea la niña que soñaba con haber volado
y haber vuelto
cuando la muerte la llamase.
Volver y no haber partido.
Volver y encontrarse.
Volver y no haberse ido.
Sí, la nave ya partía,
partía de donde no se marchó antes.
Vesania
Si quisieras conmigo
trepar la grave ladera, arribar
en los astros dormidos,
la cuerda arrojar,
arrancarnos con rabia los latidos.
Si pudiera alejarme,
ver desde fuera cómo he sufrido
tan asfixiante ruido,
conseguir refugiarme
de las lagunas de nuestro olvido.
A dónde iría mi ira
si no fuese a finar de tu mano.
Quién me ataría,
fuese la letanía,
para no despedazar mi ánimo.
A dónde fueran mis versos
si no fuese a romper en tus olas
el son triste del cielo,
a detener tus horas
mientras morimos en nuestro féretro.
Quise escapar sin suerte.
Traté de ahuyentar a las Erinias
y me ataron tan fuerte,
me pedían perderte.
Accedí y destrozaron tus alas.
Infausta, quise huir.
He caído en este aciago averno.
ya no puedo salir,
ya no quiero vivir.
Ojalá que me hiele tu invierno.
Soy
Vengo del trigo
y del campo duro,
del dolor en el pecho
al partir de la tierra.
Del astro recortado,
fenecido,
entre secos océanos
movidos por la brisa.
Del frío en los huesos,
encogido
escondido
escindido
encendido
entre las solitarias rocas.
De los ojos rasgados
en lágrimas,
en luz mordaz de otoño,
en la huella en el charco.
Y en los pies lentos
todas mis ilusiones.
Vine
de la tierra en mi pecho
al partir del dolor.
Girasola
¿Cuántas veces culpamos al cielo?
Solo nosotros tuvimos la culpa,
solo nosotros la vimos apagarse.
Tuvo prisa, desató las raíces,
anidó en las ramas, secó la tierra,
huyó despacio hacia ninguna parte.
En ocasiones da la vuelta al mundo
y regresa cada noche
donde las golondrinas duermen.
Girasola,
las nubes siguen su rastro
y el viento envidia su libertad.
Girasola,
los árboles han llorado ya sus hojas,
las calles han olvidado ya su nombre.
Girasola,
nosotros ya no giramos,
somos peores sin ella.
Girasola,
hoy ha vuelto.
Y a la mañanita aún más clara
Tiempos de velada calma
que cae entre las ilusiones
y se enreda en los viejos miedos.
De los ojos tan salpicados
en lágrimas de esperanza
al brillo de lo que será
—o no será— mañana.
Tiempos de sentir la paz
que temblar hace el cuerpo
y del tren las frías vías
que permiten el traspaso
de las emociones que no sirven
rodando por las ruedas.
Río, mar,
fin, nada.
Y a la mañanita aún más clara
recordar insignificantes cosas.
En esa lucidez del día
no ha mucho descubrí
que la vida corre,
que su luz acompaña.
Al tiempo,
alas.
Epifanías
No estoy, pero puedo verte.
No estoy, pero puede que exista.
No estoy, pero me has conocido.
No estoy y no lo recuerdas.
Puedo verte.
Puedo ver todas esas cuerdas que te rodean,
que te hacen caer.
¡Tienes que creerme!
Y cuando nos hayamos bebido todos los cristales
y a las guitarras se les haya cortado la voz,
quizá entonces alguien silbe nuestra melodía,
quizá entonces otros soles te cieguen,
quizá entonces no te vea y me duelan las heridas.
Quizá entonces ya te hayas ido.
Sí, tienes que creerme,
porque un día yo me fui
y tú te fuiste de repente.